“Oye, pueblo mío, y te amonestaré. Israel, si me oyeres, no habrá en ti
dios ajeno, ni te inclinarás a dios extraño. Yo soy Jehová tu Dios, que
te hice subir de la tierra de Egipto; abre tu boca, y yo la llenaré.
Pero mi pueblo no oyó mi voz, e Israel no me quiso a mí. Los dejé, por
tanto, a la dureza de su corazón; caminaron en sus propios consejos.
¡Oh, si me hubiera oído mi pueblo, si en mis caminos hubiera andado
Israel! En un momento habría yo derribado a sus enemigos, y vuelto mi
mano contra sus adversarios. Los que aborrecen a Jehová se le habrían
sometido, y el tiempo de ellos sería para siempre. Les sustentaría Dios
con lo mejor del trigo, y con miel de la peña les saciaría.
Dios habló en muchas ocasiones a su amado pueblo de
Israel. A través de los profetas les dio claras instrucciones de lo que
debían hacer con el fin de obtener las bendiciones que él tenía
preparadas para ellos.
En este pasaje, Dios les recuerda que él fue el
que los sacó de la esclavitud en la que se encontraban en Egipto.
Sólo escuchaban su exhortación y la ignoraban, desobedecían,
caminaban en sentido contrario al indicado y hacían lo que les venía en
gana.
Por eso Dios decidió apartarse a un lado, y los
dejó que siguieran sus propios caminos. No escucharon y “caminaron en
sus propios consejos.”
Los resultados son conocidos por todos aquellos
que han seguido en la Biblia la historia del pueblo de Israel. El pasaje
de hoy termina con una relación de todo lo que Dios tenía preparado
para ellos, pero que se perdieron: sus enemigos hubieran sido destruidos
o sometidos a ellos; no les hubiese faltado alimento de la mejor
calidad, y por siempre hubiera sido su comunión con Dios, y su eterna
protección y cuidado.
En Isaías 48:18, Dios resume todas estas
consecuencias:
“¡Oh, si hubieras atendido a mis mandamientos! Fuera entonces tu paz como un río, y tu justicia como las ondas del mar.”
¡Qué tontos, verdad! Cuando pensamos por un momento
en lo bien que hubiesen vivido con sólo seguir las instrucciones de Dios . Ahora bien, aquellas
mismas instrucciones están vigentes en la actualidad para el pueblo de
Dios.
Dios nos habla ahora por medio de su Palabra, y a través de su Santo Espíritu
Nos
habla también a través de otras personas, o por las circunstancias que
nos rodean, las cuales él mueve de forma providencial, nos llega incluso
a través de textos que alguien nos envía.
De alguna manera el mensaje
divino va a llegar a nosotros, y entonces depende de nosotros seguir las
instrucciones y recibir las bendiciones, o desobedecer como los
israelitas, y perdernos todas las cosas lindas que nuestro Padre
celestial desea darnos.
Hay
muchas maneras en las que podemos responder cuando Dios nos habla. Por
ejemplo: “No tengo tiempo, estoy muy ocupado”; “Quizás mañana”; “No creo
que sea capaz”; “Tengo miedo”; “No quiero”. Cualquiera de estas
respuestas nos llevará en el mismo camino de fracaso y desdicha que
recorrieron los israelitas.
Si por el contrario, respondemos como el profeta Isaías:“Heme aquí, envíame a mí.” (Isaías 6:8), o como el apóstol Pablo en el camino a Damasco: “Señor ¿qué quieres que yo haga?” (Hechos 9:6), o de cualquier otra forma positiva, con toda seguridad disfrutaremos de una vida de paz, gozo y tranquilidad en la que nuestro Padre celestial nos colmará de todo tipo de bendiciones. Todo depende de la manera en que respondamos.
Que Dios ilumine su entendimiento y que la paz de nuestro Dios esté para siempre en su corazón.
Si por el contrario, respondemos como el profeta Isaías:“Heme aquí, envíame a mí.” (Isaías 6:8), o como el apóstol Pablo en el camino a Damasco: “Señor ¿qué quieres que yo haga?” (Hechos 9:6), o de cualquier otra forma positiva, con toda seguridad disfrutaremos de una vida de paz, gozo y tranquilidad en la que nuestro Padre celestial nos colmará de todo tipo de bendiciones. Todo depende de la manera en que respondamos.
Que Dios ilumine su entendimiento y que la paz de nuestro Dios esté para siempre en su corazón.
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